Comunidad educativa: ¿estamos preparados para un nuevo paradigma educativo?

Docentes, equipos directivos y de conducción debemos revisar nuestra trayectoria, recorrido y saberes para fusionarnos al cambio que estamos experimentando.

Quienes elegimos la docencia como profesión, a la formación académica le anexamos un plus que, creo, traemos innato en nuestra genética: pasión por transmitir saberes, vocación por ayudar y acompañar a otros en ese proceso y sobre todo mucha dedicación. 

Nuestra tarea implica involucrarnos más allá de lo académico, y es en este punto en donde, honestamente, considero, que la Pandemia por Covid-19 evidenció todo ello y también aquello que nadie veía o elegía no ver sobre nuestra labor: atender las necesidades e individualidades (en todas sus dimensiones) de 20, 25 o 30 personas-alumnos a la vez.  Porque es relevante recordar que detrás de cada alumno hay una persona. Y no todos aprendemos lo mismo, al mismo tiempo y de la misma manera, aquí es cuando entra en juego nuestra profesión: encontrar, a partir de nuestra formación, las estrategias, recursos y herramientas que permitan a cada uno de nuestros alumnos adquirir aquello que deseamos aprendan. En eso consiste el proceso de ENSEÑANZA-APRENDIZAJE.

Volviendo la mirada hacia atrás, casi como si de una serie de TV se tratara, resuenan en mí escenas de marzo 2020, cuando repentinamente el mundo se detuvo y debimos de-construirnos para aprender, de manera diferente, aquello que teníamos naturalizado en nuestra cotidianeidad. 

La EDUCACIÓN no quedó exceptuada, sucumbió ante la nueva normalidad, avasallante. En el ámbito educativo el impacto fue colosal y aún, hoy, encontramos vestigios de dicho suceso. 

Intempestivamente, nos invadió un acontecimiento que no contemplábamos, para la que no estábamos preparados, pero que indefectiblemente debimos enfrentar y afrontar con los recursos, herramientas y conocimientos que poseíamos en ese preciso instante. De la noche a la mañana, dejamos las aulas físicamente vacías, para llenar espacios remotos, virtuales, a la distancia. Este punto neurálgico devino en un quiebre: se debió enfrentar la dicotomía presencialidad-virtualidad, sin disponer de tiempo alguno para ningún tipo de análisis. 

Planeamientos estratégicos, proyecciones, objetivos propuestos fueron derribados por una situación urgente que debimos resolver. Entre las prioridades, en aquella instancia, fue necesario establecer nuevos acuerdos de convivencia, pero esta vez “convivencia virtual” (sí… la lista incluía entre otras cuestiones: activar/desactivar micrófonos, cámaras, compartir pantalla, pedir la palabra), también revisar proyectos anuales, planificaciones, ya que todo había colapsado ante la Pandemia. 

¿Alguien imaginó alguna vez que nos prohibieran ir a la escuela? ¿Alguien imaginó alguna vez pensar en la educación en formato virtual por completo? Prácticas del Lenguaje, Matemática, Física, Política y Ciudadanía, Educación física, Expresión corporal eran impensadas a través de una pantalla… pero debimos encontrar la forma (y de hecho la encontramos) para darle continuidad al proceso de enseñanza – aprendizaje en ese nuevo formato. No solo debimos enfrentarnos al desafío de la “no presencialidad”, sino que debimos comprender y lograr que dichos espacios “virtuales” cubriesen las mismas necesidades, y aún mayores, en materia educativa. 

Todo este desafío, sin olvidar que el ciclo lectivo 2020 estaba recién en sus albores, y a todo lo antes mencionado debimos sumar: el torbellino de emociones que a cada uno atravesaba (alumnos y docentes) producto de la incertidumbre que nos acechaba en aquel entonces, contemplar la empatía, el afecto, forjar, fortalecer y mantener los vínculos (que recién empezábamos a entablar entre nuestros alumnos y nosotros, los docentes). Debimos incluir en este nuevo modelo de enseñanza a todos los integrantes del Sistema Educativo convencional, pero con la embestida del Siglo XXI y todo lo que ello implicaba. 

El reto se fue complejizando, nos encontramos cara a cara con las dificultades que nadie contemplaba, pero que todos sabíamos irían emergiendo: falta de conectividad, falta de recursos, disposición geográfica que complicaba aún más la accesibilidad y un escenario no menor: el desconocimiento, el no saber. 

Este es el eje central de este artículo. Los docentes no fuimos formados, preparados ni capacitados para educar en la virtualidad 100%. Aquí resulta imprescindible mencionar, que acorde al Sistema Educativo convencional en el que se lleva a cabo la labor, los docentes, excepto aquellos que se especializan en TIC, Informática o Nuevas tecnologías (éstos podrán contar con más herramientas y saberes específicos que le faciliten su tarea) no somos formados, preparados ni capacitados para educar en la virtualidad 100%. Los Profesorados, los Institutos de Formación Docente tienen dentro de sus planes de estudio asignaturas que generan un acercamiento, muy escueto por cierto, a las “nuevas tecnologías” pero que distan mucho de preparar a los futuros docentes para transformarlos en versados en la materia. 

No contábamos con la experticia requerida para la situación, porque tampoco esperábamos que esto aconteciera. Muchos no contaban con dispositivos tecnológicos e hicieron “magia” a partir de un celular. Otros tenían conexión a internet, endeble, haciendo que las clases resultasen casi inviables y como si todo esto fuera poco, debimos planificar y readecuar aquel plan anual del formato convencional a un nuevo formato, sobre el que nadie tenía experiencia, pero debió resolverse con la debida urgencia. 

Personalmente lo experimenté en Nivel Inicial. Si alguien, alguna vez, hubiese insinuado leer un cuento, realizar un intercambio, saludarnos o poner en práctica una búsqueda del tesoro a través de un encuentro virtual, hubiésemos considerado aquella idea una incoherencia total, un DISPARATE compatible con alguna de las tan divertidas e ingeniosas historias de nuestra querida María Elena Walsh. Sin embargo, fue posible. Esfuerzo, dedicación, revisar estrategias, trabajar para entablar un vínculo inquebrantable con las familias (ya que en nuestro nivel particularmente, sin su acompañamiento, sin su complicidad, sin la mediación del adulto desde cada hogar, el encuentro en la virtualidad hubiese sido imposible). 

Creo que todos los docentes, sin importar el nivel educativo en el cuál desarrollen su tarea y la franja etaria de sus alumnos, van a coincidir conmigo: fuimos atravesados por la desafiante tarea de buscar recursos, descubrir aplicaciones, indagar y pasar horas navegando en la web intentando hallar aquello que nos permitiese traspasar la pantalla. No solo debíamos cumplir el objetivo de acercarles a nuestros alumnos los contenidos, con la mejor calidad pedagógica posible, sino también debíamos captar su atención dentro del escenario que nos afectaba en aquel entonces. Este punto en particular no resultaba nada sencillo. Las jornadas laborales no tenían fin, no existían sábados ni domingos.

Así, transcurrimos casi 2 largos ciclos lectivos, destaco que el 2021 nos encontró mejor posicionados, ya no éramos novatos en cuanto educación virtual, la experiencia adquirida durante 2020, sumada a ir asimilando la idea de que la virtualidad permaneciera junto a nosotros largo tiempo, dieron origen a mejores resultados en materia educativa. Poco a poco el impacto inicial que ocasionó su arribo intempestivo, fue cediendo ante la comprensión de que ese cambio disruptivo sería el inicio de un nuevo paradigma. La virtualidad vino para quedarse definitivamente entre nosotros, con las bondades de un híbrido entre presencialidad y virtualidad, escenario experimentado parcialmente en 2021. 

Esta versión híbrida, nos brinda la posibilidad de seleccionar u optar en que momento e instancia es viable cada una, o ¿por qué no ambas? Pensemos en situaciones extremas que antes impedían a un alumno continuar su aprendizaje, por ejemplo, por una enfermedad o tratamiento prolongado. Hoy podría resolverse con una conexión remota, que lo acerque a su escuela, a su aula, a sus compañeros y docentes. Y no estoy haciendo foco en todos los beneficios que significaría, si analizamos cada una de las dimensiones que esto abarcaría. Este es solo un ejemplo de tantas otras situaciones que podría enumerar destacando los potenciales beneficios de un híbrido en materia educativa.

Volviendo mi mirada hacia nuestra actualidad, me detengo un momento ante este gran acontecimiento, que quizá quedó soslayado ante tanto revuelo: la pandemia precipitó aquello que nuestro sistema educativo venía postergando, porque quienes llevamos algunos años en el ámbito educativo sabemos que la realidad que nos atraviesa dentro un aula dista mucho de aquello que la teoría nos pone al alcance de la mano y ahora sin referirme a la virtualidad. Lejos estamos del escenario educativo que encontramos en textos que llevan ya varios años dentro de los profesorados o institutos de formación. La realidad hoy, (y digo hoy, porque la educación atraviesa muchas dimensiones de nuestra vida que es dinámica, el mundo es dinámico y nos encuentra en permanente cambio) nos presenta un escenario versátil y debemos poder acompañar, responder y cubrir esa demanda. 

Resulta fundamental revisar nuestros saberes, entendí (y creo que todos comprendimos) que la Pandemia y con ella de la mano, la virtualidad, nos interpelaron visibilizando la importancia y necesidad de que los docentes podamos capacitarnos, mantener nuestra trayectoria profesional actualizada y así adquirir las competencias necesarias que nos permitan desarrollar nuestra labor de la mejor manera posible. Ser competentes, poseer herramientas pertinentes, conocimientos precisos, ser capaces de seleccionar los recursos propicios, explotar al máximo las aplicaciones, plataformas, entornos virtuales como también lo concerniente a la presencialidad, nuestro formato de base por excelencia. Los docentes debemos estar a la vanguardia. El Siglo XXI demanda que la educación se sume a los cambios que la realidad impone. El alumno, el docente, la escuela y el sistema educativo de este siglo requieren que tomemos conciencia y dimensionemos sobre la importancia de trabajar al compás de los cambios que el mundo experimenta.

 Capacitarnos, formarnos para encontrar un perfecto equilibrio entre la educación convencional, presencial y la nueva normalidad que incluye la educación virtual, sincrónica y asincrónica. Actualizar nuestros saberes, incorporar nuevos conocimientos, ya que es cada vez más evidente la necesidad de contar con capacitación constante que nos permita salir de la tan de moda “zona de confort”. Buscar y encontrar nuevas maneras de hacer, dejar de repetir formatos obsoletos, cuestionarnos, cuestionar, enseñar desde el pensamiento crítico. Contribuir a formar seres cada vez más comprometidos, inquietos y cuyo motor sea la curiosidad que los lleve a mirar con otros ojos lo cotidiano. Poder, a partir de esta experiencia, detectar fortalezas y debilidades en nuestro Sistema Educativo, en nuestra tarea, en nuestras Instituciones y a partir de ello transformar la realidad tendiendo a obtener mejores resultados.

Llego a la conclusión de que la Pandemia por Covid-19 tuvo muchos aspectos negativos, demasiados para mi gusto, pero rescato como aspecto positivo, en cuanto a la educación, que nos obligó a dar ese gran salto que nuestro Sistema Educativo venía evitando, dilatando, postergando. Aquí estamos y ya no podemos permitirnos dar un paso atrás.

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