Educación

“De pequeños y grandes…planteos”

Hablar de educación, no de escuela

Después de haber leído con profundidad el texto de Inés Dussel y otros autores que en estos tiempos se han dedicado a publicar sus reflexiones e investigaciones, pude rescatar algunas frases que se vienen escuchando con frecuencia. También reflejan las dos posiciones en las que la autora divide a los que piensan que,  lo digital ofrece recursos novedosos que, en la medida que se vayan incorporando por los docentes, permitirán seducir a los alumnos, aggiornar un poco las prácticas y después, como suele ocurrir desde hace tiempo, todo se naturaliza y la lógica de la escuela permanece inalterable; y del otro, los que piensan que esta es ” una innovación de gran envergadura en las formas de producir y circular los conocimientos”…”es, antes que nada, una reestructuración de lo que entendemos por conocimiento, de las fuentes y los criterios de verdad, y de los sujetos autorizados y reconocidos como productores de conocimiento”. Las frases escuchadas, entre otras son: la virtualidad no es la escuela o la presencialidad es innegociable y, del otro lado, “esto vino para quedarse”.

Esta situación histórica e inédita que estamos transitando puso en evidencia la enorme brecha digital que existe, como consecuencia de las desiguales posibilidades de acceso a bienes culturales y económicos, y, también las enormes contradicciones en las que incurrimos desde hace mucho tiempo. La escuela presencial, criticada y cuestionada, desde hace años, por su falta de actualización, por los paros docentes, por su apego a contenidos que no favorecían la creatividad de los alumnos o no les eran de interés, pasó a ser, sin más, la única capaz de lograr que los chicos aprendan y se socialicen. Muchos padres que mostraban verdadero desinterés por las actividades propias de la escuela, se convirtieron en “padres militantes” de la presencialidad y alzan la bandera de que, sin escuela, no hay futuro. Quiero quedarme con la última palabra de la oración anterior: futuro. A la escuela anterior a la pandemia, siempre le importó el futuro; esa ha sido su quimera y su razón de ser: el futuro. Enseñaba “para el mañana”, cuando son pequeños; “para cuando sean grandes”; cuando están finalizando la escuela primaria, “para el secundario” y cuando finalizan, “para la facultad”. La escuela, nunca se detuvo en el presente y ahora, tampoco. Lo cierto es que el futuro es desconocido. Cómo impactará en nuestras formas de vivir, relacionarnos y trabajar, todo lo ocurrido, lo desconocemos y mi pregunta es ¿es posible pensar que podremos retomar todo lo anterior, sin marcas, sin heridas, sin preguntas?

Asistimos a un hecho histórico que hace tambalear todos los poderes instituidos: económicos, políticos y sanitarios y allí vemos a la escuela; aferrada a una lógica que estaba en crisis antes y lo está ahora.

Frases del tipo: “perdieron un año”, “nunca van a recuperar lo perdido” son las banderas que alzan los militantes de la presencialidad a como dé lugar. “Las escuelas están cerradas” fue, a mi criterio, la que más manifestó la imposibilidad de analizar que, lo que muchos docentes hicimos para garantizar la continuidad pedagógica fue “hacer escuela”

El edificio permaneció cerrado, pero, ”la escuela“ permaneció abierta. Nunca lo quisieron escuchar. Y siguieron con las ideas de año perdido.  Y así nos enfrentamos al efecto que produce una mentira repetida muchas veces: se convierte en verdad.

Otro problema que, a mi criterio, se evidenció es la enorme diferencia de realidades entre las escuelas públicas y privadas, Los sectores más carentes, con más necesidades, no pueden alzar la voz. Quedan a merced de las decisiones que se toman en esta emergencia. ¿No les preocupa el futuro a ellos? ¿No preocupa el futuro de ellos?  La subsistencia diaria cuando no se cuenta con recursos económicos, es una tarea agotadora. Los sectores más humildes viven en el presente, no pueden proyectar más allá del día a día.

Este es otro escenario que se vio claramente o, mejor dicho, que algunos pudimos ver.

Considero que es imperioso que ajustemos los temas del debate que, como sociedad, debemos dar. No podemos seguir hablando de escuela presencial o virtual; tenemos que hablar de Educación, no de escuela. No podemos seguir llevando los contenidos, tal como estaban propuestos en la lógica escolar presencial, a las plataformas y las pantallas.

Tenemos que discutir sobre aspectos centrales de la tarea pedagógica: ¿qué es aprender y qué es enseñar?, ¿qué debe ser aprendido?, ¿qué habilidades es necesario desarrollar en nuestros alumnos? ¿todo lo que la escuela no controla es disvalioso?

Podríamos empezar reconociendo que vivimos en un mundo líquido, más volátil, donde las lógicas temporales conocidas, han cambiado. Estamos en un capitalismo de plataformas, de home office, de redes, de big data, de monedas virtuales…y la escuela ¿tiene que ser presencial, como antes?

Deberíamos empezar por garantizar la conectividad de todos y todas, por capacitar a la educación en recursos y aplicaciones digitales disponibles.

Deberíamos empezar por amigarnos con este nuevo concepto de aula que la virtualidad nos ofrece, como plantea Dussel, ya no es frontal y asimétrica sino, horizontal y con nuevas dinámicas de relación. Un aula donde lo homogéneo e idéntico, de lugar a lo heterogéneo y personal.

Deberíamos empezar a pensar en nuevas formas de producción del conocimiento y los criterios de verdad para legitimarlos.

Deberíamos empezar a pensar si la escuela será la única institución que tenga autoridad para constatar la adquisición de otros saberes que, por desconocerlos, no podría medirlos.

Para complementar este texto, quiero citar a Silvia Duschatzky, en “La gestión de lo ínfimo”.

La escuela es un hacer del obstáculo a través del obstáculo. Lo que obstaculiza a la escuela es el modo en que la pensamos. Lo que vuelve imposible a la escuela es el desencanto, la insistencia de expectativas, el desprecio de lo que ocurre. Lo que la vuelve imposible es la compulsión a gestionar. Gestionar es también la interrupción de hacerlo automáticamente

Si esto no lo hacemos, correremos el riesgo de que suceda lo de siempre, pasado el cimbronazo, más rigidez; pasado el cimbronazo, lo tradicional se arraiga y descarta lo nuevo por desconocido y amenazante. Pasado el cimbronazo, la escuela seguirá con su realidad de desconocer el presente, aunque se tome la molestia de incorporar algunas palabras y recursos que le permitan parecer y no, ser.

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