Neuroeducación

Dentro del aula: Es una cuestión de actitud…. o de límites

En este artículo analizaremos si los límites son necesarios para poder vivir en sociedad. Pero... ¿qué pasa cuando no existen los límites?

Cada vez que ingresamos a un aula, los docentes nos encontramos con grupos que, en general, presentan su propia personalidad. Algunos se consideran “los más revoltosos”, otros “los tranquilos”, o también están los que “no les importa nada”, y podría seguir enumerando muchos más. Pareciera como si fuera un síntoma de una enfermedad social, que logra sostenerse gracias a las etiquetas que les dedicamos. Entonces ellos se creen y juegan ese papel porque cobran identidad.

¿Qué pasa cuando el grupo es revoltoso, no escuchan nuestras órdenes, o no prestan atención a clases?

El primer síntoma para el docente es la fatiga. Una lucha constante con un grupo de niños/adolescentes que siguen este juego porque lo hacen en conjunto. Y si nos ponemos a pensar cobra cierta lógica. Si todos somos así no nos van a sancionar al grupo entero, por ejemplo.

Algunos docentes más osados logran encarar en el grupo una cierta autonomía en dónde se forjan negociaciones. Algo muy común en las familias actuales también. Si vos haces esto, yo te dejo hacer esto otro. Entonces todo debe estar normado en una mesa de negociación dónde al mejor postor hacemos lo que nos plazca.

Otros colegas logran congeniar con el grupo de estudiantes, pero muchas veces esto se ve cuando el docente elige no marcar la asimetría con los estudiantes.  Intenta manejar los mismos términos o dialectos que los alumnos utilizan, también usan las mismas plataformas sociales, etc. Muchas veces este tipo de docente es el más canchero porque “no da clases”.

Este artículo no intenta criticar  el rol de la docencia, sino que interpela esta realidad para encontrar alternativas que tienen que ver con el manejo del grupo.

Si continuo, serían interminables las formas en la que los colegas intervienen en sus clases con grupos “difíciles”.

Y en esto tiene que ver nuestra actitud frente a esta situación y los límites que pongamos para poder llevar una mejor convivencia. Me parece interesante que podamos analizar nuestro sistema nervioso. Más específicamente nuestro cerebro.

Cuando nacemos nuestro sistema nervioso sigue su proceso de maduración. Las conexiones neuronales se van afianzando a medida que nos conectamos con el mundo que nos rodea. Aprendemos de a pocas cuestiones básicas como actividades motrices, hablar, etc. Y este sistema sigue madurando hasta los 25 años.

Es decir que la capacidad intelectual, por ejemplo, no es la misma de un niño de 5 años que la de un joven de 20 años. En este aspecto que resulta casi una obviedad es donde debemos como docentes pensar que los alumnos que tenemos delante no van a responder de la misma manera que lo hacían alumnos de hace 20 años atrás o que actúen como nosotros lo hacíamos en la escuela. Estamos en constante evolución, y esta implica cambios, los cuales se van adaptando al ambiente que se nos presenta. Es decir, estos estudiantes tienen diferentes configuraciones familiares, atraviesan situaciones complejas, y en cierto modo desde una mirada evolutiva, logran demostrar sus emociones, hacen visibles su enojo, alegrías, frustraciones, etc. Algo impensado hace 20 años atrás. Por ende, no podemos pensar que nuestros alumnos actúen como adultos. Porque claramente no lo son.

Aquí se presenta una de las primeras premisas que debemos tener en cuenta. Acompañemos a nuestros estudiantes a gestionar sus emociones.

Por otro lado, a lo largo de nuestra escolaridad vamos aprendiendo conceptos, capacidades acordes al desarrollo de nuestro sistema nervioso. Y una de las capacidades que se desarrollan desde muy temprana edad están los límites, un concepto que nos permite pensar hasta qué punto se le permite a otro hacer una cosa y otra.

Curiosamente pasa que las familias comenzaron a ceder en cuestiones de límites. Por ejemplo, se extienden las horas frente a la PC o al celular para que el niño no tenga un berrinche. Muchos especialistas piden por favor que no le den una pantalla a un niño y por el otro lado los padres desbordados utilizan este recurso para calmarlos. Una frase muy frecuente por estos últimos es, “vos porque no tienes a tu hijo con el berrinche que me hace a mí”.

Entonces que se ve afectado acá, los límites, y los permitidos comienzan a cotidianizar a tal punto que se vuelven moneda corriente. Pareciera que se evitan

los malos momentos para tener un poco de tranquilidad en el caos. Y eso se traslada a la escuela.

¿Qué debemos hacer? Los límites son necesarios en todos los momentos de nuestra vida. Ellos obran como barreras para poder vivir de manera armoniosa en una sociedad. Claramente los límites sociales los marcan las leyes. ¿Pero los límites personales? Todo empieza en casa. Las figuras adultas configuran los primeros límites en la infancia. Por ejemplo. Establecer una rutina de horarios (como el horario de dormir, comer, jugar, bañarse, etc). Es importante que esto se respete y mantenga en el tiempo. Si como adultos rompemos estos contratos, los niños entienden que no hay problemas con transgredir alguna que otra norma.

Ahora bien. Escucharon la frase “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Una frase tan real como destructiva a la vez. Somos los ejemplos de nuestros niños. Lo que hacemos repercute indefectiblemente en su accionar. Ellos lo ven y escuchan todo. Así que mucho cuidado. Cuando le colocamos un límite al niño y luego de unas horas “aflojamos” y volvemos a recompensar al menor con otra acción, estamos dando mensajes confusos. Y si, claramente ser rígido en las decisiones que tomamos nos cuesta mucho. Pero permiten delimitar los alcances de nuestros hijos.

En la escuela pasa algo particular. Cada vez más nos damos cuenta que en casa el tema de los límites es un problema. Entonces como docentes debemos ponernos en un rol que no nos corresponde y generar un hábito que debería ser inculcado en casa. Pero si de límites se trata, la escuela también debe ser un espacio de aprendizaje de los alcances de los límites. El tema es que muchas veces los docentes toman como falta de respeto contestaciones que tienen los alumnos, cuando en realidad, es una manera común de comunicarse en casa. “No quiero hacer esto porque no sirve para nada”. La respuesta a esto es que no lo haces porque es tu deber como estudiante. Sino que debemos encontrar las palabras que nos permitan pensar juntos porque es necesario realizar tal actividad. ¿Por qué consideras que no sirve para nada? ¿Qué te hace pensar que lo que hacemos en clases no lo vas a poder utilizar en tu vida diaria? ¿Qué podemos hacer según tu opinión para que esto que estamos estudiando nos sirva?

Cuando sacamos al alumno de esa mirada prepotente de lo que sucede y lo invitamos a reflexionar sobre lo que plantea, posiblemente encontremos a una persona con pocos argumentos para justificar su falta de “ganas”.

Entonces es importante que los límites comiencen en casa y se refuercen en la escuela. Esto es un trabajo en conjunto.

Recuerda:

El cerebro va madurando a medida que crecemos, así que es importante fortalecer buenos hábitos. Tú también fuiste un niño y tuviste tus berrinches. Aprende a esperar a que el niño se calme y acompáñalo en este proceso de aprendizaje. No le des una respuesta compensatoria automática solo con el fin de calmar los gritos.

Sé que muchos padres trabajan y dejan a sus hijos al cuidado de otros. Cuando estés en casa recuerda tener un tiempo destinado para ellos. No hagas preguntas abiertas que solo se responden con monosílabos o respuestas cortas, como por ejemplo ¿Cómo te fue en la escuela?, cambia la pregunta ¿Qué te resultó más interesante aprender hoy? ¿Cuál fue tu momento favorito del día? ¿compartiste momentos con tus amigos? ¿A qué jugaron?

Si sos docente no culpes a la familia porque su niño carece de hábitos y límites, puede que a esa familia le cueste también transmitirlo. Deja la queja, acerca la familia a la escuela, formen un equipo, tengan la misma misión. Incentiven momentos para compartir con quienes quieren, ofrezcan actividades que impliquen el debate en familia, el juego, la construcción, la organización, etc. Dejemos de lado el copiar y pegar, aquí el niño debe sentirse protagonista de su propio aprendizaje.

Es importante que el primer día que empezamos a trabajar con un grupo de estudiantes se hablará de las reglas que se deben cumplir en el aula. Las cuales pueden ser construidas en conjunto. Si alguien transgrede alguna de las reglas es necesario hacerlo saber, comunicarlo a la familia y sostener una manera de reparar aquello que hizo. Por ejemplo, si el alumno trato despectivamente a un compañero podría realizar una infografía donde tenga que pensar cómo afectan las palabras que decimos en momentos de enojo y “sin pensar”.

Otra cuestión que también nombre con anterioridad es mantener siempre una postura correcta firme ante el grupo. Dónde nos contradecimos, los estudiantes que están sumamente atentos a nuestro actuar, lo utilizarían en nuestra contra.

Ser correctos en nuestras convicciones no significa ser un docente malo, agresivo, o que los alumnos nos odien. Significa simplemente que podemos ser carismáticos, alegres, comprensivos pero que hay situaciones que no se negocian.

¿Entonces… todo es una cuestión de actitud? Sí. Porque depende de cómo nos posicionamos, de nuestra personalidad y amor a esta profesión; pero también es una cuestión de límites, ya que estos nos permiten vivir en armonía y disfrutar de este espacio compartido que denominamos aula.

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Marianela Sillem

Embajadora de Learny Programa de Becas Prof. En Biología. Postgrado en Sexualidad Humana. Diplomado en Educación Prácticas Docentes Organizaciones y Contextos. Pasante en Licenciatura en Intervención y Análisis de Instituciones educativas. Maestrada en Neuropedagogía e inclusión educativa. Directora Departamental de Escuelas de San Salvador, Entre Ríos.

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