
Resulta frecuente que a nosotros, los adultos, nos cueste comprender, qué sucede con los adolescentes, cuál es la causa del desapego hacia los valores que les hemos enseñado, y que todo esto nos lleve a preguntarnos de manera desconcertada ¿Qué hemos hecho mal?
Muchos son los cambios que sufren nuestros adolescentes desde lo físico, psicológico y social que impactan significativamente en su comportamiento. ¿Cómo hacer entonces para que puedan superar esta etapa y acompañarlos para lograr una transición armónica a la vida adulta?
Durante este período es eminente que los padres aprendan a relacionarse con sus hijos y los acompañen en este camino tan importante del desarrollo de su personalidad, para que no resulte traumático ni para ellos ni para los adultos que se relacionan con ellos.
Desde lo emocional, los adolescentes, se caracterizan por tener comportamientos incoherentes e imprevisibles como explosiones afectivas intensas y superficiales, impulsos agresivos que generan ansiedad y difíciles de modular, cuyo egocentrismo y rebeldía los conducen a la introspección e individuación en donde pueden pasar horas encerrados en su habitación o tirados en su cama cuestionándose y razonando sobre sí mismos y el mundo que los rodea: ¿quién soy?, ¿qué quiero?, ¿para dónde voy?
En esta búsqueda de la propia identidad, el adolescente, entra en crisis, por esa necesidad de ser él mismo, de adquirir algo que lo diferencie del niño y del adulto para lograr el autoabastecimiento.
A todo esto se suma el mundo de las tecnologías: Internet, Twitter, Facebook, Instagram y el acceso a un bombardeo de información que resulta para ellos como una especie de estimulante permanente y necesario que los llevan a crecer más rápido que de costumbre.
Intentan progresivamente y en forma oscilante separarse de las figuras parentales, lo cual se expresa en conductas cuestionadoras de los padres, oposicionismo y negativismo. Se desidealizan las figuras de autoridad adultas y el adolescente pareciera que se fija “especialmente” en los defectos, lo que suele ser un proceso difícil de aceptar por los padres, quienes muchas veces, no comprenden que estos cambios son parte del desarrollo y los enjuician erróneamente.
Es fundamental que el adulto vea positivamente esta edad como una etapa donde surgen nuevas e importantes capacidades, lo que supone un salto cualitativo en el desarrollo de la personalidad (reflexión, sentido crítico, autonomía moral, razonamiento etc.). Si bien es una crisis, ésta debe ser comprendida como parte del crecimiento a una nueva edad.
Los adultos debemos reconsiderar nuestro rol, revalidarlo, actuar con coherencia y responsabilidad frente a nuestros jóvenes. Los padres deben ser amigos de sus hijos, pero ante todo son padres. Ello conlleva una serie de deberes y derechos desde el rol de padre que es muy diferente al rol de amigo. Estar presentes en su desarrollo y su educación, acompañarlos siempre en las distintas etapas les da seguridad.
Y no olvidemos que la familia será el sustento donde asentarán la confianza en sí mismos, la autoestima y la estabilidad afectiva y emocional.
Silvina Fernández es directora de nivel primario, diplomada en gestión educativa y se encuentra terminando la licenciatura en Ciencias de la Familia