“Y dale alegría, alegría a mi corazón
Que ayer no tuve un buen día, por favor
Y dale alegría, alegría a mi corazón
Que si me das alegría estoy mejor”
Rodolfo “Fito” Paez
En el bienio 2020-2021 perdimos muchas cosas de las que acostumbrábamos a vivir en la escuela. Perdimos las aulas llenas, los actos escolares, el encuentro diario, el abrazo… Pero lo que más repercutió fue el vínculo docente-estudiante como determinante en el proceso de enseñanza y de aprendizaje.
2022, es un año que estamos transitando intentando una vuelta a una normalidad distinta con cuidados, pero ahora estamos todos juntos todos los días. Los vínculos son muy importantes y también son difíciles. Lo que más se observa desde la mirada supervisiva en el rol Directivo, es la necesidad que tienen los/las jóvenes de ser escuchados/as. Es constante la frase “¿Puedo hablar con usted?”. Y el usted es a veces, la Directora, otras veces el EOE, otras veces la preceptora, otras veces el/la profesor/a. Cuando esto pasa, la respuesta debe ser siempre positiva. Escuchar brindándole el espacio y el tiempo que el/la joven necesita, tomar nota en acta siendo fiel a las palabras que pronuncia el/la mismo/a. Luego, en equipo se determina cómo intervenir según la situación planteada.
Dice Rafael Gagliano, “Los adultos necesitan establecer un nuevo contrato con la infancia en el que proteger y educar sean tareas inseparables y esenciales, con las premisas de preservar el valor de la lengua, de la palabra y del tiempo para el diálogo.” Es pertinente mencionar que, “Cuidar a un niño es conocerlo a fondo, confiar en que puede conocer, dándole valor y dignidad a su voz y a la responsabilidad de estar y hacer en el mundo. Los niños descuidados se hacen rápidamente invisibles y se sienten cachorros amenazados, siempre en riesgo de perder todo en cualquier momento. Al cuidar a un niño lo hacemos visible para el otro y para sí mismo…” (Sánchez y Zorzoli, 2016)
Una palabra, una sonrisa, un simple “¿Cómo estás?” marca la diferencia. Como dice una frase que se lee por allí, “no sabemos de qué tormentas vienen nuestros alumnos”. Prestemos atención. Prestemos la mirada y la escucha atentas. Eduquemos desde el afecto. Abramos el diálogo en el aula. Dejemos los dispositivos a un lado, ya estuvimos dos años dependiendo sólo de ellos para continuar el vínculo con nuestros estudiantes. Ahora ellos/as están frente a nosotros, mirémoslos y escuchémoslos en vivo y en directo, sin mediación de pantallas.
Escuchando a una estudiante de 6to año, en medio del diálogo ella dice: “¿Qué significa TEA?”
Se le responde “Trayectoria educativa avanzada”. Ella agrega: “No, yo lo busqué y es otra cosa , es trastorno del espectro autista”. Se aclaró, se orientó sobre las búsquedas en internet. Una herramienta que es pertinente trabajar porque éste y otros casos observados indican que aun las búsquedas en internet siguen siendo erráticas. Con este ejemplo, se pretende explicar que ella tenía esa sensación de desagrado con respecto a cómo se los estaba evaluando. Esto mismo puede ser trasladable a muchas otras situaciones. Situaciones que no se conversan, que se callan y que se mal interpretan y perjudican el vínculo entre estudiante y docente.
A partir de la construcción de un buen vínculo entre docente-estudiantes, la enseñanza será posible con más potencia y los aprendizajes serán más potentes. Como docentes sabemos lo gratificante que resulta salir de una clase en la que nuestros estudiantes se implicaron y disfrutaron. Esas clases en las que el reloj marca la hora del recreo, pero todos nos olvidamos y queremos seguir con la tarea. Esas clases en que hubo “magia”, logramos la motivación de los estudiantes. En realidad, “la magia” se produce porque se conjugaron diferentes ingredientes en la clase. Primero un buen vínculo construido, a partir del cual la autoridad pedagógica fue posible. La transmisión de nuestro “fanatismo” por la materia que enseñamos, la planificación de la clase pensando en nuestros estudiantes como centro, nuestra confianza en sus posibilidades y “engancharlos” haciendo, siendo activos, produciendo, con objetivos claros y precisos desde el principio, con criterios y pautas de evaluación explicitados desde un primer momento, conociendo las reglas del juego y así generando un ambiente de confianza que permita tomar riesgos y donde equivocarse sea parte del proceso de aprendizaje.
En otra charla, con un grupo de estudiantes de 5to y 6to año, surgió, de parte de ellos, una pregunta “¿por qué nos tienen que tomar evaluación? Si nos están evaluando todo el tiempo a través de los trabajos prácticos, si participamos o no, si prestamos atención o no. Porque cuando tengo examen, me olvido todo, no puedo pensar. Aparte siempre nos evalúan a nosotros.” Tal vez, la pregunta sea, cuál es la mejor manera de evaluar y evaluar para qué y para quién. Es necesario, incluir distintos tipos de evaluación en la clase, la autoevaluación, la co-evaluación y la meta evaluación.
En diversos proyectos los estudiantes están demostrando su preocupación por el vínculo y por la evaluación y la calificación. Un grupo de estudiantes, que está construyendo un proyecto para el Programa “Jóvenes y memoria” justamente decidió estudiar el tema de la calificación numérica y cómo impacta emocionalmente en los estudiantes. Otro grupo de estudiantes que están construyendo un proyecto para el concurso “Voces adolescentes”, detectó como un problema en su comunidad los conflictos en la relación entre pares mediados por las redes sociales.
En conclusión, nuestros/as estudiantes están atravesando un cambio o un momento de reflexión interesante que se los permitió este tiempo de pandemia que les permitió comparar y contrastar un tiempo de no presencialidad, semipresencialidad y presencialidad plena en la escuela. Se están planteando los vínculos en la escuela, y la evaluación y calificación/valoración. Si estos/as estudiantes, están planteándose estas cuestiones tan profundas, ¿qué pasa con el aprendizaje y los resultados que estamos obteniendo? Para seguir pensando al interior de la escuela colaborativamente…